Viendo el programa "Cazadores de mitos" de Discovery (el cual recomiendo mucho, sobretodo si os gustan las fricadas), me di cuenta que muchas veces había escuchado leyendas urbanas más o menos relacionadas con el medio ambiente. La primera que se me vino a la cabeza fue la de que si tocamos una ortiga aguantando la respiración, no nos picará, un mito que seguramente muchos habréis escuchado...¿pero hasta que punto es cierto?
Si queréis saber la verdad, tenéis dos formas de saberlo. La primera es seguir leyendo esta entrada, o bien, podéis ir al campo y tocar las ortigas sin respirar, a ver que pasa (yo, antes de informarme, opté por la segunda opción y comprobarlo directamente...no os lo recomiendo).
Antes de explicar nada, hay que saber que hay unas 80 especies de ortigas en el mundo (el género se llama Urtica). Se encuentran prácticamente en todas partes, excepto en regiones polares. Muchas especies son bastante urticantes al contacto, mientras que otras no tienen esa capacidad. Las dos más comunes en España son: Urtica dioica (u ortiga mayor u ortiga verde), que puede medir más de un metro de altura y si la tocamos pica, y Urtica urens, de menor tamaño, pero de picadura más intensa. (¡ojo!, que si vais al campo en primavera, los dos tipos de ortigas son pequeñas. Es en verano cuando veremos realmente la diferencia de tamaños).
Os encontraréis que mucha gente afirma que es 100% verídico, que a ellos no les pican si aguantan la respiración. Eso es debido, o bien, a que están tocando una de las especies de ortigas que no causan picadura, o por otro lado, que tienen una piel muy gruesa que les protege, o incluso que sea una ortiga joven con tricomas demasiado cortos.
En realidad no tendría mucho sentido que aguantar la respiración evitara la picadura de las ortigas. Estas plantas tienen la superficie cubierta por células que contienen unos diminutos pelos casi microscópicos llenos de substancias urticantes (los tricomas que antes he dicho), principalmente ácido fórmico, aunque también contienen otros productos que si llegan al interior de nuestro cuerpo, generan una intensa sensación de escozor. Estos pelos son relativamente rígidos y frágiles, de manera que cuando se toca la planta fácilmente se clavan en la piel, inyectando el líquido que contienen y que es el que dará lugar a la irritación e incluso a la formación de ampollas. Todo ello es un proceso que se desencadena en pocos segundos y que tiene lugar en la superficie de la piel.
El hecho de que el aire no entre temporalmente en los pulmones no tiene ningún efecto. Se podría pensar que al aguantar la respiración generamos algún cambio fisiológico que interfiere en la sensación de dolor, pero el caso es que no es así. Y la manera más sencilla de averiguarlo es, obviamente, probarlo tal y como hicieron aquí. Así que ya sabéis que tenéis que hacer la próxima vez que vayáis al campo si aun creéis en este mito.